En este vídeo que presentamos, el periodista Alex García entrevista
al Dr. Eric Pearl que nos habla de su método de Reconexión. El Doctor
Eric Pearl ha suscitado el interés de los médicos y de los
investigadores más importantes en todo el mundo.
Como
doctor, Eric dirigió una consulta quiropráctica con mucho éxito,
durante 12 años hasta que un día sus pacientes empezaron a decir que
sentían sus manos en ellos – aunque él no los había tocado. Los primeros
meses, le salieron ampollas en sus palmas y sangraron. Pronto, los
pacientes experimentaron sanaciones milagrosas de cánceres, enfermedades
relacionadas con el SIDA, epilepsia, síndrome de fatiga crónica,
esclerosis múltiple, reumatoide y osteoartritis, malformaciones de
nacimiento, parálisis cerebral y otras afecciones serias. Todo esto
sucedía cuando Eric simplemente acercaba sus manos a ellos – hoy en día,
aún continúa.
Las sanaciones de sus pacientes se han documentado hasta la fecha, en
seis libros, incluyendo su libro internacional, más vendido:
, que ha sido traducido a 36 idiomas.
Residiendo en Los Ángeles, Eric suscita gran interés de doctores
superiores y de investigadores médicos en los hospitales y universidades
de todo el mundo. Incluyendo el Jackson Memorial Hospital, UCLA,
Cedars-Sinai Medical Center, the VA Hospital, University of Minnesota,
University of Miami Medical School y también en el University of Arizona
– donde él habló a los médicos a petición del Dr. Andrew Weil. Los
nuevos programas de investigación están actualmente en curso en las
instalaciones múltiples bajo la dirección de renombrados científicos de
investigación tales que Gary Schwartz, PhD., Guillermo Tiller PhD.,
entre otros.
Cada año, Eric viaja constantemente por el mundo, difundiendo y
enseñando sobre la “Sanación Reconectiva”. Él enseña cómo activar y
utilizar este nuevo espectro de las frecuencias de sanación, a través de
la sanación energética” y diversas técnicas para
El
Dr. Pearl ha enseñado a más de 70,000 practicantes de “Sanación
Reconectiva” en más de 70 países hasta la fecha, creando una generación
espontánea de sanadores por todo el mundo.
El Doctor Eric Pearl ha suscitado el interés de los médicos y de los investigadores más importantes en todo el mundo.
Durante los años 1980 y 1990, Eric Pearl, doctor en Quiropráctica en
el Cleveland Chiropractic College de Los Angeles, dirigió uno de los
centros más importantes en Quiropráctica en esta región. En el mes de
Agosto de 1993, descubrió que poseía un “don” inusitado. Tras 12 años de
práctica, este don se transformó rápidamente en un instrumento de
curación de otro tipo: el canal a través del cual fluye la sanación.
Gradualmente fue dejando la quiropráctica, ya que las actividades
(seminarios y consultas) relacionadas con su su “don” fueron creciendo.
Ayudaba a gente con todo tipo de enfermedades, tumores malignos,
enfermedades relacionadas con el SIDA, el síndrome de la fatiga crónica,
las malformaciones de nacimiento y la deformidad de los huesos.
Llamado también el “Quiropráctico de las Estrellas” ha adquirido el
estatus de doctor brillante y muy popular. El hecho de haber estudiado
con maestros como el Dr. Virgil Chrane y el Doctor Carl Cleveland, ha
permitido que el Dr. Pearl sea uno de los pocos terapeutas, que a la
quiropráctica tradicional le haya incorporado técnicas originales
procedentes de una antigua tradición que ha resucitado del olvido.
Tanto a nivel informal como clínico, los pacientes (¡y los médicos!)
han sido testigos de sanaciones que se producían cuando Eric colocaba
simplemente sus manos cerca de ellos.
¿Por qué yo?
Si estuviera sentado sobre una nube mirando el planeta para encontrar
una buena persona a quién otorgar uno de esos dones, de los más raros y
de los más buscados en el universo, no sé si alargaría mi brazo más
allá de las distancias infinitas para apuntar con mi dedo, en medio de
la multitud, a un chico como yo y exclamar: ”!Él! Es él! Es él, quién
debe tener ese don.”
Quizás sea necesario explicar cómo sucedió exactamente. Tuvieron que
pasar más de doce años hasta que fundé la más importante clínica de
quiropráctica de Los Angeles.
Tenía tres casas, un Mercedes, dos perros y dos gatos. Todo hubiera
sido perfecto si hubiera sabido gestionar mejor mi dinero y mi consumo
de alcohol. También tuve que poner fin a seis años de relación Pero el
Prozac me ayudó mucho a superar aquellos momentos.
Seis meses más tarde, me encontraba en la playa de Venice, en
California, con mi ayudante. Ella insistió en que me leyera las cartas
una adivina judía jitana la playa. “No quiero que una adivina me lea las
cartas en la playa” – contesté tajantemente. “Si esta judia jitana
fuera realmente competente, la gente iría a su casa; no llevaría su
mesa, su mantel, sus sillas y todo sus bártulos ridículos a una playa
abarrotada de gente, con la esperanza de pescar a algunos clientes
confiados para someterlos a su visión del futuro y menos aun esperar que
la paguen por este privilegio.”
“La conocí en una fiesta y le dije que iríamos. Me sentiría muy
avergonzada si no nos leyera las cartas” – me contestó mi ayudante y
–añadió- que la señora ofrecía lecturas por 20 dólares y también por 10
dólares. Mirando a mi ayudante a los ojos entendí que era inútil
protestar. “De acuerdo” – refunfuñé, llevaba 10 dólares en la mano y
sabía que era la mitad de lo que nos quedaba para la comida del
mediodía. Caminé enérgicamente hacia la mujer, me senté en su silla
plegable y le tendí mis 10 dólares pensando que ya tenía hambre.
A cambio de mi dinero, recibí una interpretación del presente
aceptable y me gustó oír como ésta adivina judía gitana me llamaba
“Bubbelah” (diminutivo judío que significa “pequeño chico”). Cuando se
iba me dijo: “Además, ofrezco tratamientos personales que unen las
líneas de los meridianos del cuerpo a la red energética del planeta, lo
que nos vuelve a poner en contacto con las estrellas y los planetas”. Me
comentó que como sanador era algo que necesitaba.” Y me aconsejó leer
“el libro del conocimiento: las claves de Enoch”. Intrigado, le pedí
cuánto costaría ese tratamiento. Me dijo: ”333 dólares” a lo cual
contesté: “No, gracias”.
Hubiera podido ser el final de la historia con la cartomántica pero
los caminos de la mente son misteriosos. No podía quitarme sus palabras
de mi cabeza. Al mediodía, cogí los últimos minutos de mi hora de
almuerzo para ir a la librería esotérica de la zona a hojear el capítulo
3.1.7 del Libro del conocimiento: las llaves de Enoch. Este capítulo
habla sobre las líneas axiatonales. La lección más importante que recibí
ese día, fue que descubrí que si existe una obra escrita para no ser
leída rápidamente tenía que ser aquella. Sin embargo, ya había leído
bastante. Y lo que había leído, iba a obsesionarme hasta tal punto que
me resigné a romper mi hucha y llamar a esa mujer.
El tratamiento se daba en dos sesiones y en dos días de intervalo. El
primer día le di el dinero y mientras me acostaba en una camilla, me
decía a mí mismo que jamás había hecho algo tan tonto. ¿Cómo había
podido dar 333 dólares a una perfecta desconocida para que dibujase
líneas sobre mi cuerpo con sus dedos? Pensaba en todo lo que hubiera
podido hacer con ese dinero, cuando repentinamente, tuve la inteligencia
de reconocer, puesto que se lo había dado ya, que era mejor dejar de
quejarme y prepararme para recibir lo que podía ocurrir. Entonces, me
quedé tranquilo, listo y receptivo. No sentí nada, absolutamente nada.
Al parecer, podía ser el único en la habitación en tener aquella
certeza. Y como ya había pagado la segunda sesión, debía volver el
domingo para la segunda parte del tratamiento.
Esa noche, sucedió una cosa muy extraña. Hacia una hora que dormía
cuando me despertó mi lámpara de noche (lámpara que tengo desde los diez
años) la cual se encendió repentinamente. Cuando abrí los ojos, tuve la
fuerte sensación que había alguien en la casa. Cargado de valentía con
un cuchillo, un aerosol de pimiento y mi Doberman, registré toda la
casa. Nadie. Volví a la cama con la extraña sensación que no estaba
solo, que alguien me observaba.
A primera vista, la segunda sesión empezó casi como la primera. Pero
el parecido se terminó aquí. Mis piernas no estaban tranquilas. Tenían
el síndrome de “las piernas locas” que pasa de vez en cuando en medio de
la noche. Enseguida esa sensación de baile de San Vito se adueñó de mí;
tenía escalofríos por todo el cuerpo. Me quedé acostado con dificultad.
Aunque las ganas de levantarme fueran muy fuertes para quitarme esa
sensación fuera de mis células, no me atreví a moverme. ¿Por qué? Porque
había pagado 333 dólares y quería lo mío ¡esa era la razón! Un momento
más tarde todo había terminado. Era un día caluroso del mes de agosto y
en la habitación no había aire acondicionado. Estaba muerto de frío y
los dientes me castañeaban mientras esa mujer se apresuraba a taparme
con una manta. Me quedé así cinco minutos hasta que mi cuerpo volvió a
recuperar su temperatura normal.
Había cambiado. Ignoraba lo que me había pasado y no hubiera podido
explicarlo. Pero sabía que no era la misma persona que antes. No sé muy
bien como, pero volví a mi coche y me fui hasta mi casa como si mi coche
supiera el camino. No me acuerdo de nada del resto del día. Lo único
que sé es que, al día siguiente, estaba en el trabajo y la odisea
empezó.
Tenía la costumbre de pedir a mis clientes que se quedaran de 30 a 60
segundos en la camilla después del tratamiento para permitir que su
cuerpo aceptara el nuevo alineamiento de las vértebras. Siete de los
tratados ese lunes, los cuales me visitaban desde hacía 12 años en mi
consulta y uno de ellos, una nueva clienta me preguntaron si había dado
vueltas a la camilla mientras estaban acostados. Otros me preguntaron si
alguien había entrado en la sala durante el tratamiento porque
sintieron la presencia de varias personas de pie o andando alrededor de
la camilla. Tres de ellos tuvieron la sensación de que alguien corría
alrededor de la camilla y otros dos me confesaron que tuvieron la
sensación que alguien volaba a su alrededor.
Durante mis doce años de quiropráctico, nadie me había contado algo
parecido. Y lo curioso es que los siete me describieron el mismo
fenómeno el mismo día. Ocurría algo extraño. Además de los comentarios
de mis clientes, mis empleados también me dijeron: “Tiene un aspecto
diferente. Su voz suena diferente. ¿Que le ha pasado durante el fin de
semana?“ No iba a decírselo. “Oh, nada” contesté, preguntándome que
había ocurrido durante el fin de semana.
Mis pacientes me comentaban que sabían con anticipación donde les iba
a poner las manos. Las podían notar a unos centímetros de su cuerpo. Se
convirtió en un juego el ver cuan acertados estaban al saber donde les
iba a colocar las manos. Pero se convirtió en más de un juego cuando
empezaron a recibir sanaciones. Al principio, los pequeños dolores
desaparecían. Al parecer, los pacientes venían por la quiropráctica,
entonces realizaba el tratamiento correspondiente, y después les pedía
que se quedaran acostados y con los ojos cerrados hasta que les dijera
de abrirlos. En esos instantes, aprovechaba para colocar mis manos por
encima de su cuerpo. Cuando se levantaban, el dolor había desaparecido y
querían saber lo que había hecho. Siempre les respondía: “Nada, y no
hable con nadie de esto” Era tan eficaz como confiar un secreto a
alguien y pedirle que no lo contara a nadie.
La gente empezó a llegar de todas partes para las sesiones de
sanación. No entendía mucho lo que ocurría. Por supuesto, quería hablar
con la mujer que me reconectó con estas líneas axiatonales. “Tiene que
proceder de algo que está en usted. Quizás la experiencia de vida que
tuvo después de la muerte de su madre, en el momento de su nacimiento,
tiene algo que ver con eso”, dijo y añadió, “no conozco a nadie que haya
reaccionado de esta manera. Es fascinante” Fascinante. Al parecer estas
palabras querían decir que tenía que ir por mi cuenta.
A principios de octubre, aparecieron manifestaciones físicas de mi
transformación. Una clienta sufría de una degeneración ósea severa de
las rodillas, desde su infancia. Puse mis manos encima de su rodilla. Y
cuando las quité, su rodilla estaba mejor pero mis manos estaban
cubiertas de minúsculas ampollas que desaparecieron a las tres o cuatro
horas. Este tipo de inflamaciones me ocurrieron varias veces. Cada vez
que las tenía, todo el mundo en el edificio venía a verlo. (podía haber
cobrado los derechos de entrada). Luego, un día, la palma de mi mano
empezó a sangrar. No es broma. La sangre no salía como se ve en las
películas religiosas o en los periódicos, a borbotones. Más bien, era
como si hubiera una aguja clavada en mi mano. Pero igualmente era
sangre. La gente de mi alrededor, me dijo que era seguramente una
iniciación. “¿A qué?” pregunté. Y ¿Como lo sabían? ¿Por qué no lo sabía?
¿Quién lo sabía?
Mas info en: http://lareconexion.com/historia-de-la-reconexion/
FUENTE : http://www.lacajadepandora.eu/2013/07/sanacion-reconectiva-con-el-dr-eric-pearl-entrevista/